El espacio olvidado
1
No podía
entender con claridad, todo estaba oscuro en su mente.
No sabía
qué hacer ni qué pensar. El silencio total la acompañaba en esa noche irreal.
Irreal
era lo que estaba pasando, o lo que había sucedido hacia unos instantes. Trató
de reflexionar y dominar el miedo que la paralizaba.
Esa noche
Adela, al ver que su hijo no entraba por la puerta de la cocina, se dio vuelta
lentamente para verificar lo que pasaba o mejor dicho lo que no pasaba y ya
tendría que haber sucedido con tiempo suficiente. Dejó de cocinar y suavemente,
como para no hacer el mínimo ruido, apoyó la cuchara de madera sobre la tabla,
donde hacía unos instantes había picado las verduras que ya estaban rehogándose
en la olla y se acercó a la ventana; miró hacia el jardín buscando a su hijo,
pensando que quizás estaría entretenido mirando la planta de cannabis que
cuidaba como a ninguna otra cosa igual, pero no lo vio.
Mientras
estaba cocinando había escuchado con nitidez el golpe de la puerta de acceso al
patio lateral de su casa y también los pasos de su hijo, a quien estaba
esperando para cenar.
No había
tenido ninguna duda de que ya tendría que haber entrado, después de recorrer el
patio, pasar por ese espacio que no se puede ver desde el interior de la casa,
que daría unos pasos más y abriría la puerta de la cocina diciendo: “Hola Ma”.
Pero eso no sucedió. Nicolás no había llegado. Pero ella estaba segura de
haberlo escuchado.
Adela
siguió mirando por la ventana y no vio nada diferente, todo estaba en orden y en
silencio. Decidió salir y recorrer el
camino que hubiera hecho su hijo, pero al revés, desde la cocina a la puerta de
acceso al patio. La noche era fría, casi helada y una llovizna como nieve
empezaba a caer. Se puso la campera que estaba en el sillón abrió la puerta
cautelosamente y salió. Se acercó a mirar ese espacio que no podía ver desde
adentro, al que ella había transformado en un pequeño estar semicubierto con
una pérgola de madera con techo de vidrio y había decorado con sillones, mesas
ratonas y hasta un ventilador de techo de mimbre. Pensaba que quizás, Nicolás
antes de entrar, se hubiera quedado ahí, sentado, fumando un cigarrillo.
Ese era
un espacio muy grato para estar, desde donde se tenían las mejores visuales
hacia el jardín, el patio y también a la casa y a su vez era un lugar que no
podía ser visto con facilidad. Adela pensaba, quizás, que era un espacio tan
especial por su planta irregular porque no tenía ningún ángulo recto ni sus
lados eran de la misma medida o por su ubicación en el terreno, lo cierto era
que ese lugar no hacía más que provocar la curiosidad.
Era un
espacio, podría decirse intermedio, ni interior, ni exterior. Grande para ser
circulación solamente y pequeño para ser un estar y una circulación a la vez,
como ella lo había resuelto.
Adela
suponía que era un espacio no pensado, no diseñado por el arquitecto, un
espacio residual entre la medianera y la pared del comedor, un espacio olvidado
al que ella había descubierto y le había dado vida y sin duda ese era su lugar
preferido.
Una vez
había leído un librito sobre unas entrevistas al filósofo Jean Baudrillard y al
arquitecto Jean Nouvel llamado “Los espacios invisibles” o algo parecido, mucho
no había entendido, pero había llegado a la conclusión de que ese espacio de su
casa era un espacio invisible, aunque ella lo vivía como el lugar más visible,
pero visible a través de otros sentidos.
Había
descubierto que siempre que uno permanecía un tiempo ahí, se transformaba; los
momentos eran mágicos, creativos y la imaginación se potenciaba.
Definitivamente ella había detectado que se percibían otras sensaciones. Era un
espacio muy peculiar, como si no fuese terrenal.
Siguió
caminando hasta poder ver ese espacio en su totalidad, continuó a lo largo del
gran ventanal hasta el patio de acceso y
verificó que no había nadie. Giró sobre sus pies 180 grados sin hacer el mínimo
ruido para volver silenciosamente hacia el fondo, pensando que su hijo, quizás,
se hubiera ido al cuartito que utilizaba como depósito, pero como todo estaba bastante
oscuro y demasiado quieto, se estremeció y no se animó a ir; prefirió volver
rápidamente hacia el interior de la casa.
Cerró la
puerta y trató de continuar con la preparación de la cena, justo a tiempo antes
de que empezara a hervir la sopa, la destapo y bajo el fuego. Tratando de
minimizar lo que le había pasado o le había parecido escuchar, puso música,
pensó que Piazzolla era lo adecuado para ese momento. Se tranquilizó pensando
que seguramente habría sido el golpe de otra puerta, quizás la de su vecino o
el ruido de las ramas al golpear con el ventanal.
Lo que
más la angustiaba era darse cuenta de que ya le había sucedido antes. Sí, algo
parecido o mejor dicho, lo mismo. Reflexionó, y mientras se preguntaba qué
habría de posible en lo imposible pensó también que quizás estaría perdiendo la
razón, la noción del tiempo y del espacio. Mientras la voz de Amelita Baltar en
“Balada para un loco” le llenaba su espíritu.
Pensó que
mejor sería, buscar el celular, para estar más segura, segura de pedir ayuda por
si acaso o segura de sí misma; lo cierto es que Adela se puso a pensar en el
cosmos. Dudó en llamar a su hijo y preguntarle donde estaba aunque busco el
celular para hacerlo y cuando estaba marcando su número, la puerta se abrió y
escuchó el tranquilizante y tan esperado “Hola Ma”. Se sobresalto, sintió como
su corazón se le estrechaba de temor y se expandía de alegría. Vio a su hijo
parado en la puerta con una sonrisa sobredimensionada a la esperada y con un
vino en la mano. Como una madre exagerada,
lo abrazó y lo saludó con más entusiasmo de lo debido. Nicolás estaba de muy
buen humor, con ganas de cenar y degustar el vino que le había regalado un
amigo, con la bondiola a la miel y la sopa de papa y puerro, que estaba
preparándose y que a esa altura había impregnado de olor el ambiente.
Adela
tenía unas ganas irresistibles de contarle todo a su hijo, pero las palabras de
su terapeuta, le resonaban en la mente, “Adela, trate de esperar antes de
hablar”…, “Adela, encuentre el momento adecuado”…, “Adela, cuente hasta diez
antes de decir las cosas”…, así que trató de tomárselo con calma, que a esta
altura no era mucha. Contó hasta diez, respiró más de lo necesario, haciendo
las respiraciones profundas que había aprendido en un curso de respiración y relajación,
pero no pudo con su genio y sin dominar su impulso le preguntó: “¿Cuándo
viniste?” Notó la expresión de asombro en la cara de su hijo, quien le
contestó, “recién Ma, ¿No me viste
entrar?” Entendió que era una pregunta un poco obvia para alguien que no había
tenido la vivencia de ella, pero igualmente continuó diciéndole: “no te escuche
entrar, o mejor dicho te escuche entrar, pero antes y pensé que te habías quedado haciendo algo”.
Nicolás, sin muchas vueltas y sin darle mucha importancia a lo que le decía su
madre, empezó a descorchar el vino.
La cena
transcurrió plácidamente y cuando ya estaban por terminar de cenar, Adela
recordó lo que una vez le había contado un amigo sobre su madre, “que ella le
daba las noticias importantes o malas a su padre después de comer, porque su
efecto era menos impactante”, así que consideró que la cena ya habría hecho su
efecto, y de buenas a primeras decidió hablar del tema. Olvidando por completo
las palabras de su terapeuta, Adela le contó todo lo que tenía guardado desde
hacía varios meses. Empezó diciéndole que tenía miedo de estar volviéndose loca
y luego le contó lo que le había pasado y le aclaró que no era la primera vez.
Le explicó que había sentido con nitidez el ruido de la puerta de entrada al
patio al cerrarse y los pasos de él recorriendo el patio, pero que al no verlo
aparecer se alarmó y salió a buscarlo. Le explicó el recorrido que había
realizado primero por el jardín, después por el pequeño estar semicubierto, al
que llamaban el espacio invisible y finalmente por el patio de entrada y que al
no encontrarlo regresó nuevamente a la cocina y que a los pocos minutos él
apareció por donde tendría que haber entrado varios minutos antes. Su hijo, en
vez de reaccionar con una broma como ella se lo hubiera imaginado, subió
rápidamente la escalera y bajó con un bate de béisbol que guardaba desde chico
debajo de la cama de su habitación, donde todavía conservaba algunas cosas.
Salió al jardín y lo recorrió con detenimiento, entró al cuartito del fondo, a donde
ella no se había animado a entrar y buscó por toda la casa. Al terminar la
búsqueda le dijo “acá no hay nadie Ma”.
A Adela
la tranquilizó que su hijo le creyera y le dio coraje para seguir contándole lo
que ella suponía.
Así que
mientras tomaban café le dijo: Nicolás, para mí, lo que pasa es que en el espacio invisible de la casa, hay
un agujero negro, un espacio cósmico o un agujero de gusano. Ahí sí notó
sorpresa en la cara de su hijo quien largó una carcajada que le hizo escupir el
café que tenía justo en ese momento en la boca, y le dijo, ¿que estas fumando
Ma?
En ese
instante Adela dudó si habría hecho bien en haber hablado, pero a pesar de
todo, continuó su relato. Siguió contándole lo poco que ella entendía sobre el
tema. Le hablo sobre fenómenos naturales,
lo insignificante de la mente humana para entender el universo y de lo
inmensamente ignorantes que podían ser para comprender la fenomenología
espacial. Nico siguió con detenimiento el relato de Adela y finalmente le dijo:
¨Ma, me quedo a dormir¨.
2
Al día
siguiente, Adela amaneció antes del amanecer, en general el frio le hacía
quedarse un rato más en la cama, pero por cómo estaban las cosas, en contra de
su actitud perezosa, decidió levantarse. Como todos los días se preparó el mate
y se sentó en su escritorio, pero en esta oportunidad para comenzar con una
búsqueda de respuestas metafísicas.
Adela
había comenzado a leer sobre astronomía, siguió con astrofísica y física
cuántica, materias que nunca habían sido de su interés, supuso que era porque nunca
había podido comprender demasiado, al menos con la razón, o mejor dicho con su
razón.
Sabía que
Nicolás se había quedado despierto hasta tarde leyendo en la computadora. Pensó
en prepararle un rico desayuno, así podrían conversar sobre el microcosmos del
Universo, que según su parecer, estaba ubicado justo en el espacio invisible de
su casa, antes de que se fuera.
Su hijo
se levantó a las corridas, como era habitual desde que era chico, estaba
llegando tarde al taller de carpintería donde trabajaba desde hacía varios
años. Sin embargo, le comentó a su madre, mientras tomaba el café con tostadas,
que quería tomar unos tiempos con el cronómetro antes de irse. Y así fue, tomó
el tiempo desde la puerta de acceso hasta el espacio invisible, desde la
entrada hasta la salida del espacio invisible y desde la salida del espacio
invisible hasta la puerta de la cocina. También anotó la cantidad de pasos
totales y parciales.
Nicolás
agarró sus cosas y cuando estaba por saludarla, ella le comentó, como quien no
quiere la cosa, que Ana, su hija mayor, esa noche alrededor de las nueve, iba a
ir a cenar. Cuando estaba por salir, él le dijo, “Ma, vengo a cenar yo también,
tipo ocho de la noche estoy acá”.
Adela
decidió concentrarse en su estudio para llegar a alguna conclusión. Sospechaba
que no encontraría respuestas fácilmente, porque este tema estaba en una línea
fronteriza entre lo racional y lo irracional y aunque pareciera extraño, era
justamente lo irracional, lo que la alentaba a seguir leyendo lo inentendible.
Adela
leyó y leyó, vio diagramas, esquemas y hasta fórmulas totalmente
incomprensibles para ella, y se alarmó al darse cuenta de que ni siquiera
reconocía algunos símbolos matemáticos. Leyó sobre el agujero de gusano, el
espacio, el tiempo, la materia, el agujero negro, la estrella de neutrones, la
masa, la energía, la radiación de Stephen Hawking y fue justo ahí donde sintió
que empezaba a entender. Quizás porque la semana anterior había visto la
película de la vida de este científico y se sentía más en tema. Siguió leyendo
sobre efectos cuánticos, la teoría de la relatividad, el universo y la cuarta
dimensión, a Adela de chica le había causado intriga la cuarta dimensión,
siempre le produjo cierta curiosidad, el más allá, lo que no podía entender. Su
padre le había dicho en aquel entonces que, “la cuarta dimensión estaba
relacionada con el tiempo, el espacio y el tiempo de recorrido”…. y eso había
sido suficiente para verificar que el tema del tiempo la sobrepasaba y la
incertidumbre la angustiaba.
Finalmente
decidió, después de haber leído varias horas, que tendría que abocarse
particularmente al agujero de gusano y no irse por las ramas como era su
especialidad. Así que buscó en internet
sobre los distintos tipos de agujeros de gusano, con la esperanza de que alguno
se adaptase a su casa, subrayando lo que era importante para ella.
Agujero de Gusano según Wikipedia
“En física,
un agujero de gusano, es una hipotética
característica topológica de
un espacio-tiempo,
descrita en las ecuaciones de la relatividad general,
que esencialmente consiste en un atajo a través del espacio y
el tiempo.
Un agujero de gusano tiene por lo menos dos extremos conectados a una
única garganta, a través de la cual podría desplazarse la materia.”
Tipos de agujero de
gusano según Wikipedia
“Los agujeros de gusano del
intrauniverso conectan una posición de un universo con otra posición del
mismo universo en un tiempo diferente. Un agujero de gusano debería poder
conectar posiciones distantes en el universo por plegamientos
espaciotemporales, de manera que permitiría viajar entre ellas en un tiempo
menor que el que tomaría hacer el viaje a través del espacio normal.”
“Los agujeros de gusano del interuniverso
asocian un universo con otro diferente. Esto permite especular sobre si
tales agujeros de gusano podrían usarse para viajar de un universo a otro
paralelo. Otra aplicación de un agujero de gusano podría ser el viaje en el
tiempo. En ese caso, sería un atajo para desplazarse de un punto
espaciotemporal a otro. ¨
Todo era
como un cuento chino para Adela, de todas formas, no solo no desterraba la
posibilidad de que este fenómeno exclusivo de algunos raros casos del espacio
cósmico estuviera ubicado justamente en su casa, sino que al contrario lo
anhelaba. El encantamiento que le producía la idea de que el cosmos haya
elegido a su casa para instalarse y hacer de las suyas, le producía un
particular sentimiento de empoderamiento, de ser la elegida, de estar en orden,
nada menos que con el Universo.
Según su
criterio acontecía que, al atravesar ese espacio autónomo e independiente de la
realidad, ubicado en un lugar particular de su casa, se producía el viaje a
través del tiempo.
Al
recorrer el espacio invisible se podría estar produciendo el desplazamiento de
la materia. Adela se estremeció al inferir que la materia, en este caso eran
sus hijos, pero el temor no le impidió seguir con su atormentada búsqueda de
repuestas, y no tardó en hacer una analogía entre los accesos al espacio
invisible con los extremos al agujero de gusano y entre la circulación por el
espacio invisible con la garganta del agujero de gusano. También se dio cuenta
de que al revés del agujero de gusano, que era un atajo para llegar de un
extremo a otro por lo que el tiempo se acortaba, en su caso o en su casa, el
tiempo se alargaba. El tiempo en recorrer el espacio invisible era mayor que el
tiempo normal, pero cuánto mayor o por qué, no lo sabía. Pensó que era como
recorrerlo a paso de tortuga y fue en ese preciso momento cuando comprendió que
tendría que cambiarle el nombre, que en vez de agujero de gusano, lo llamaría,
agujero de tortuga.
Trató de
buscar, algún caso en el que el tiempo se alargara, pero se rehusó
inconscientemente a encontrar nada nuevo. Adela ya estaba más que conforme con lo
que había descubierto porque lentamente se había enamorado de la idea. Ya
cansada y sin fuerzas debido a tantas deducciones cuánticas, supuso, decidió
aflojarse. La sorprendió la realidad cuando se dio cuenta que eran las cuatro y
media de la tarde, no había parado en todo el día de pensar, de leer y de
escribir, así que decidió dejar su investigación, ir a darse un baño y preparar
un rico risotto para la cena.
Definitivamente,
Adela, no manejaba los tiempos.
3
La noche
la sorprendió antes de lo esperado así que Adela apresuró los preparativos para
la cena. Eran casi las ocho de la noche y su hijo todavía no había llegado.
Cuando ya había descongelado el caldo que guardaba en el freezer, tenía el
arroz carnaroli en la mesada de la cocina con su tacita de café al lado, para
la medición de la cantidad necesaria y solo le faltaba terminar de picar las
verduras, se dio cuenta de que tenía poco queso sardo para rallar, así que
decidió ir a comprar.
Se puso
la campera y agarró la plata, garuaba desde temprano, pero decidió que no
llevaría el paraguas. Se arrepintió apenas salió, aunque, de todas formas, no
regresó a buscarlo, tenía poco tiempo. Cuando regresó su hijo ya había llegado.
Mientras
Nicolás preparaba un Campari con jugo de naranja y ella rallaba el queso en la
tabla de madera, escucharon el ruido del golpe de la puerta de acceso al patio.
Se miraron lentamente de refilón con complicidad, acto seguido, escucharon los
pasos que venían desde el exterior y se quedaron inmóviles aguardando que Ana
hiciera su entrada en la cocina. Casi juntos giraron en dirección a la puerta
esperando que pase lo que tenía que pasar, que apareciera Ana.
Unos
minutos después, considerando un tiempo más que suficiente al tiempo de recorrido
desde la puerta de acceso al patio hasta la puerta de la cocina, Nicolás
decidió salir, sin antes agarrar el bate de beisbol, que todavía había quedado
atrás de la puerta desde el día anterior. La noche estaba húmeda y obviamente
no era una noche para quedarse afuera, abrió la puerta y después de recorrer la
casa por afuera en busca de su hermana o de quien sea, regresó sin encontrar a
nadie.
Nicolás agarro uno de los Campari que había
preparado y se lo dio a su madre, como para aflojar, supuso Adela y sin decir
palabras chocaron los vasos con resignación. Adela deseó ser creyente en ese
momento, todo sería más fácil, podría ya haberle cargado la responsabilidad del
agujero de tortuga y el deseo de ubicarlo en su casa a Dios y asunto resuelto.
Pensó cómo quedaría ese lugar si lo transformaba en un pequeño santuario para
orar y meditar, decorado con velas, almohadones en el piso, crucifijos, cuadros
con reproducciones de santos y perfumado con sahumerios. Dudó si no sería una
buena idea empezar a ir a misa los domingos.
Brindaron
como hacían siempre, pero en esa ocasión había un motivo, tenían un plan, que
era comprobar que su teoría, fuera verdadera o falsa. Después de beber los
primeros sorbos, todavía parados al lado de la mesada, acontece que… de repente,
la puerta de la cocina se abrió y Ana apareció como un fantasma diciendo “Hola…
¿Cómo están? ”. Adela, en ese momento,
sintió como si el suelo empezara a ceder bajo sus pies, había verificado
empíricamente su hipótesis, el fenómeno cósmico había sucedido de nuevo.
El modelo
religioso se desintegró por completo de su mente y con él, la idea de que Dios
estuviera para ayudarla a encontrar alguna respuesta. Ya que el espacio
invisible no parecía pasar desapercibido y quería imponerse como una
irregularidad local del Universo, donde definitivamente, Adela había
verificado, se producía un atraso de pocos minutos en el tiempo.
Adela no
imaginaba cuál sería la reacción de Ana cuando le contaran lo que estaba
sucediendo. Según su juicio de valor, su hija tenía una mente racional, pensaba
objetivamente, era realista, abierta y escéptica, y supuso que seguramente
sería anti cósmica, pero tampoco estaba del todo segura de esto último.
Cuando
sus hijos estaban comiendo una improvisada picada y Nicolás le contaba a su
hermana que le había parecido escuchar el golpe de la puerta del patio y de sus
pasos, antes, (dudo en dejar de revolver el risotto, y sentarse con ellos a
conversar, pero pudo dominar el impulso y no meterse como era su tendencia
natural y segur igualmente escuchando la conversación como un observador que
mira la escena desde afuera, sin participar de ella). - ¿Antes de qué?,
-bastante antes de que entres. Ana le dijo, no sin asombro, que había entrado
rápido para no mojarse y que habría sido de otro lado.
Entre el
vapor del risotto, el efecto del Campari, las risas de sus hijos al hablar
sobre la hipotética posibilidad de que al recorrer una parte de una casa suceda
el desplazamiento de la materia. Adela se preguntaba a dónde iría la materia en
esos minutos. Lo que comentó Ana fue muy didáctico, era más de lo que suponían
que sabría, pero a esa altura, ellos también ya lo sabían y no sólo en teoría.
En el
transcurso de la cena el tema del cosmos, del universo infinito, el Big Bang,
los agujeros negros y los agujeros de gusano, salieron con toda familiaridad,
como si fuera un tema de todos los días, impensable para Adela cada vez más
confundida. Ana argumentó que un agujero de gusano es un túnel que conecta dos
puntos del espacio-tiempo. Que nunca se ha visto uno y no estaba demostrado que
existieran, aunque matemáticamente eran posibles. Se les llama así porque se
asemejan a un gusano que atraviesa una manzana por dentro para llegar al otro
extremo, en vez de recorrerla por fuera, en definitiva, Adela seguía sin
respuestas concretas.
Después
de que Ana se fuera, Nicolás y Adela se quedaron sentados uno frente al otro,
pensando. Pensaron que habían descubierto un fenómeno paradigmático que podría
cambiar el rumbo de los acontecimientos de la humanidad, que superaba todo lo
imaginado. Que, aunque sea verdadero para ellos no era verosímil y que no
estaban preparados ni ellos ni el mundo para afrontarlo. Mirando la nada, como
detenidos en el tiempo comprendieron que nadie les creería.
Finalmente,
Nicolás se levantó para irse, se puso la campera y sin decir una palabra,
saludo a su madre con un abrazo, ella interpretó que era como para sellar el
pacto de silencio entre el Universo y ellos, y se despidió como siempre
diciendo: Chau Ma.
Adela,
sentada a la mesa todavía sin levantar, con la mano sosteniéndose la cabeza,
pensó que no podría vivir tranquila si no liberaba a su mente del fenómeno
cósmico que la envolvía y daba por terminado el tema, aunque sabía que no
estaba ni siquiera empezado, inmediatamente se acordó de la estética del
Non-finito, de los esclavos de Miguel Ángel presos en el mármol que los
contiene, se preguntó si ella, a partir de ahora no sería también presa de un
secreto inexplicable. El silencio total
la acompañaba en otra noche irreal, cuando escuchó el ruido del golpe de la
puerta de la cocina y los pasos de su hijo atravesando el espacio invisible al
irse.
Andrea Zoilo
2017